LA ISLA DE CHILOÉ, por Tomás Martín-Consuegra Naranjo

Chiloé: Una de las experiencias más maravillosa de las vividas en nuestro extenso viaje a Chile, fue la realizada en Diciembre del 2010 a la Isla de Chiloé, la Isla grande del archipiélago de mismo nombre localizado entre los paralelos 41º y 43º de latitud sur, con  numerosas islas e islotes menores, que suman una superficie de más de 9.000 km² y una población total aproximada a los 155.000 habitantes, actualmente provincia suroccidental de la X Región de Los Lagos, con las comunas de Ancud, Castro, Chonchi, Curaco de Vélez, Dalcahue, Puqueldón, Queilén, Quellón, Quemchi y Quinchao.
Nuestros amigos Javier y Ana nos recogieron en Puerto Montt recorriendo en su todo terreno unos sesenta kilómetros por la ruta cinco hasta Pargua, en donde embarcamos en el trasbordador Ruende, el más moderno de la compañía naviera Transmarchilay, atravesando  cómodamente y en menos de media hora, el canal Chacao; desembarcando y siguiendo  por misma ruta CH-5, hasta Ancud donde pernoctamos durante nuestra estancia. El tráfico marítimo que une la Isla con el  Continente es de tal importancia que se diseñó un puente que uniera ambos territorios chilenos y que hubiera servido de conmemoración del Bicentenario de la Nación Chilena, sin que el proyecto se haya materializado, ni parezca que vaya a fructificar en un futuro próximo por su costo.
Para muchos biólogos, visitar Chiloé, es regresar al pasado, al poder contemplar las características primitivas de su flora y fauna, Charles Darwin en su visita a finales de 1834 decía: "Se dispone en colinas, pero se halla cubierta por un gran bosque, excepto en los sitios aclarados en torno a las cabañas, de ramajes (...)”. Y así se puede admirar en el Parque Nacional Chiloé, ubicado en su costa occidental con una superficie protegida de unas  43.000 Hectáreas y dos sectores diferenciados: Chepu, el más pequeño, perteneciente a la comuna de Ancud; y al sur Anay, mucho más extenso, abarcando parte del territorio natural de las comunas de Dalcahue, Castro y Chonchi. Su impresionante naturaleza virgen es consecuencia de su clima predominantemente templado y lluvioso con precipitaciones durante todo el año, siendo su mayor superficie las colinas de la Cordillera de la Costa o del Piuchén.
Cada sector dispone de diferentes entradas, en nuestro caso visitamos el sector próximo a Ancud, utilizando el coche por la misma Ruta CH-5 hasta el cruce con el río Chepu (unos 25 kms.), continuando otros 15 km. por un camino ripiado hasta Puerto Anguay,  donde iniciamos un recorrido en bote por dicho rio dirección al mar, desembarcando  y terminando la aventura a pie por un sendero paralelo a la costa, de otros 15 km. hasta el río Lar. Durante este recorrido y las posteriores visitas la formación vegetal que más nos impacta es la selva valdiviana, pudiéndose apreciar, en la parte oriental de la Cordillera de la costa, diferentes tipos de bosques dependiendo de la altitud y condiciones hídricas, así en las partes bajas se asocian el Coigüe (Nothofagus sp.) y Ulmo (Eucriphya cordifolia), en contraste con el escalón intermedio en donde el Coigüe, se asocia a la Tepa (Laureliopsis philippiana) y mirtáceas, entre las que destacan el Meli (Amomyrtus meli), el Peta (Myrceugenia planipes) y la Luma (Amomyrtus luma). Sobresaliendo en los escalones superiores el bosque mixto con angiospermas y coníferas, siendo ostensibles el Avellano (Gevuina avellana), la Tiaca (Caldcluvia paniculata), el Mañio macho (Podocarpus nubigena), el Mañio hembra (Saxegothaea conspicua) y el Canelo (Drimys winteri), especies que rivalizan con sus  bosques puros de alerce, casi siempre asociados al ciprés de las Guaitecas (Pilgerodendron uviferum) y el dominante Tepú (Tepualia stipularis).
La riqueza vegetal es indescriptible, los árboles unen sus raíces con diferentes arbustos y adornan sus troncos robustos con diferentes plantas trepadoras, impactando en el visitante el contraste de sus innumerables verdes con el ocre y amarillo de sus dunas costeras y el azul del Océano cuando los claros, las nubes y altura nos permiten apreciarlos. En Chiloé podemos encontrar bosques de tepúes cuyos troncos entrelazados forman una maraña que permite que se forme un suelo falso de musgos y epífitas a varios metros del suelo verdadero, siendo peligroso transitar por ellos sin un conocimiento preciso de la zona.
Pero no solo nos emociona su naturaleza, Chiloé y en concreto la zona geográfica alrededor de la ciudad de Ancud en donde nos hospedamos, es también historia de España. Aunque ya en 1553, se cita a Francisco de Ulloa como el primer europeo en reconocer sus costas dentro de la exploración marítima del sur de Chile ordenada por Pedro de Valdivia (primer Gobernador y Capitán General Interino del Reino de Chile o Nueva Extremadura, para eso era él natural de Villanueva de la Serena), será en 1558 siendo el Gobernador de Chile García Hurtado de Mendoza y Manrique, cuando se tome posesión de Chiloé para la corona española, fundándose en 1567 la ciudad de Castro y bautizándose la isla con el nombre de Nueva Galicia, término que no prosperó manteniéndose la voz huilliche Chiloé, que significa "lugar de chelles" (una gaviota blanca con la cabeza negra).
Fuerte San Antonio
 En mismo año de 1567, los colonizadores españoles establecen un fuerte en su costa norte con el nombre de San Antonio de Chacao. En 1768, bajo el reinado de Carlos III, se construye el Fuerte Real de San Carlos y se funda la Villa de San Carlos, convirtiéndose en su puerto principal y en la sede del Gobernador, dependiente del virreinato del Perú. El lugar era estratégico como defensa de la navegación española por sus posesiones australes de América frente a las amenazas inglesas, lo que justifica que se añada en 1779 otra fortaleza: el castillo de San Miguel en la Punta Agüi de la península de Lacuy,  que cierra el Golfo de Quetalmahue,  a unos 35 km. al noreste de Ancud, y sobre el que merece la pena insistir al destacar sobre las otras construcciones defensivas. Fue declarado Monumento Nacional el 29 de abril de 1991, coincidiendo con el inicio de los estudios de declaración de Patrimonio de la  Humanidad de las fortificaciones de América Latina y El Caribe gestionadas por la UNESCO.
Iniciadas las alteraciones derivadas del “juntismo” en el Reino de Chile para su independencia, Chiloé se mantuvo fiel a la Corona, recibiendo tropas reales y participando en los combates contra los independentistas que culminaron con la derrota de estos en el llamado Desastre de Rancagua y la posterior entrada victoriosa de los chilotes en la ciudad de Santiago en 1814. Incluso producida la independencia de Chile, siguió fiel a la monarquía española organizando  su defensa en 1820, precisamente en la villa y Fuerte Real de San Carlos (actual Ancud) frente al ataque de Thomas A. Cochrane (Lord Cochrane), marino inglés contratado por el Gobierno chileno desde 1818 para formar su naciente Armada de la que se le nombró Vicealmirante  y que en el mismo año había conseguido apoderarse de Valdivia, lo que no consiguió con Chiloé, en la que pese a tomar la batería de Chacao y otras de la península de Lacuy, sería derrotado en el castillo de San Miguel en la Punta Agüi, abandonando la isla que continuó realista hasta 1826 cuando las tropas chilenas vencen su resistencia en los campos de Pudeto y Bellavista. En 1834 se cambia el nombre a la villa de San Carlos de Chiloé por su actual de Ancud, capital de la provincia hasta 1982 que pasa a Castro la tercera ciudad más antigua de Chile con existencia continuada.
Pero no todo es vegetación venerable en Chiloé, con la llegada de los colonizadores comienzan las quemas y talas de sus bosques, convirtiéndose en tierras de cultivo y praderas, y lo que es peor es que muchos de estos terrenos se abandonaron y hoy están ocupados por el espinillo (Ulex europaeus), un arbusto introducido para hacer cercos vivos, que está completamente fuera de control. Aludir a sus cultivos obliga a citar el de la papa practicado desde antes del siglo XVI. Es tan antiguo que científicos como Charles Darwin y Nikolái Vavílov afirmaron que esta planta se había originado en Chiloé, y así se creía hasta el 2005, que David Spooner  (taxónomo del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA)) demostró, por medio de análisis genéticos, que todas las patatas cultivadas tienen un ancestro originario del sur de Perú.
Palafitos
Pero la tala de sus bosques ha sido justificada sobre todo para sus edificaciones. En Chiloé puede afirmarse que toda la arquitectura de sus colonizadores mantenida durante siglos se ha basado en la madera. El chilote para poder compaginar su vida entre el mar y la huerta inventó el palafito que, construido en la misma orilla del mar sobre columnas de madera, permite la entrada y salida de sus embarcaciones aprovechando las mareas, a la vez que la parte posterior de la casa descansa ya en tierra fértil, donde cultivan papas y hortalizas y crían sus aves y animales de subsistencia. Hoy día pueden admirarse estos palafitos en Castro, ya que la mayoría de los que bordeaban sus costas, fueron devastados por los efectos del terremoto -  maremoto de 1960, que supuso, incluso,  un descenso superior a un metro del suelo del archipiélago.
Esa cultura de la madera perdura en Chiloé y sus casas están construidas con ella. Muros, techos, tejas, puertas, ventanas, escaleras, todo es madera: mañío, pellín, alerce, raulí, coigue. Ricas maderas que hoy escasean y son reemplazadas por otros materiales. Son casas amplias que crecen adaptándose a las necesidades familiares y también combinando vivienda con huerto y criadero de animales domésticos. En su interior se teje la vida familiar, particularmente en sus enormes cocinas, donde se comparten cuentos y tradiciones durante los largos meses de lluvia (los chilotes dicen que en su tierra llueve trece meses al año). No es extraño pues que Chiloé sea la isla de las mil leyendas a las que, aunque solo sea breve y parcialmente estamos obligados esbozar.
Se habla sobre todo de brujos como hechiceros que, casi siempre, causan el mal. Tienen su refugio en "La Cueva de Quicaví" vigilada por el invuche  o machuco que es un humano monstruo que camina en tres patas y tiene la cara vuelta hacia atrás, con conocimientos de brujería suficientes para aconsejar a los brujos inexpertos; si alguien lo mira queda por siempre enajenado. Los brujos pueden volar pero también suelen usar caballos marinos que viven en el fondo del mar, tienen apariencia de caballo común, pero son enormes y miden más de doce varas de largo y cuatro de alto (unos 10 x 3,5 metros) y en su lomo pueden cargar hasta trece brujos, que trasladan entre las islas o al calehuche, barco fantasma que esconden en el mar y en donde por las noches efectúan fiestas y bailes cuyo ruido y música atrae a los navegantes que deambulan por las islas haciéndolos prisioneros eternamente. También disponen de mensajeras: Las voladoras que son mujeres que pueden transformarse en pájaro.
 Y además de brujos, existen otros seres mágicos, con apariencia tanto de seres humanos como de animales. Afirman que la formación del archipiélago fue consecuencia de una batalla entre Caicavilu, serpiente del mal, enemiga de la vida terrestre, animal y vegetal que arrastra hasta sus dominios marinos y Tentenvilú o la serpiente del bien, diosa de la tierra y la fecundidad, y de todo lo que en ella crece. De su lucha durante miles de años fue el resultado actual: valles inundados por el mar y los cerros convertidos en islas maravillosas. Y otros muchos, menos transcendentales, como la pincoya que representa la fertilidad del mar y su entorno. Su belleza es extraordinaria, luciendo una larga y abundante cabellera que le cubre la espalda, es muy alegre y al canto de su marido el pincoy baila desnuda por los parajes solitarios de la costa y roquedales, moviendo su cuerpo voluptuosamente. Si baila frente al mar habrá abundancia de peces y mariscos. El trauco habita en los bosques con su mujer Fiura, son enanos y monstruosamente feos, pero el marido a las mujeres que se le aparece les provoca sueños eróticos hasta que caen rendidas en sus brazos y si la unión carnal fructificara los hijos tienen los mismos rasgos que el amado de la embarazada. Hay quién dice que más que un mito era un apaño para embarazos no deseados. El camahueto tiene la forma de un ternero con un cuerno en medio de la frente y cualquier brujo se lo puede extraer convirtiéndolo en un cordero y machacado el cuerno hacen pócimas que devuelven la potencia sexual a los hombres. Existen también sirenas que son doncellas encantadoras que recorren los canales del archipiélago reclamando a los marinos con canciones de amor y voz de una dulzura inigualable, el único inconveniente que se les puede achacar es que de la cintura hacia abajo tienen forma de pez y que, a los que seducen, son arrastrados a su palacio en el fondo del mar, compartiendo sus inmensas riquezas pero sin poder volver a tierra.  A la viuda que es una mujer alta y delgada vestida de negro, le da por lo mismo, recorriendo los caminos de noche buscando galanes a los que abraza por la espalda y los adormece con su aliento, satisfaciendo todas sus solicitudes amorosas hasta el alba en que los abandona, y pobre del que se niegue porque los abraza hasta darles muerte.
Pese al encanto misterioso de estas leyendas y otras muchas más, los chilotes son tradicionalmente católicos y a lo largo de toda la isla encontramos pruebas de su fervor religioso. Desde la llegada de los españoles, fueron primero los jesuitas los encargados de la evangelización, y posteriormente a su expulsión en 1767 se harán cargo los franciscanos, que continúan  su sistema pastoral denominado “Misión Circular”, misiones itinerantes de religiosos que recorrían anualmente el archipiélago, permaneciendo algunos días en lugares específicos donde se construían capillas y en las que durante el año operaban laicos denominados “Fiscales”, figura que aún perdura, estando formados para atender espiritualmente a los habitantes, consiguiendo sincretizar la religiosidad indígena y católica con contenido local, sin dañar la esencia del cristianismo, dando lugar a todo un fenómeno cultural, artístico y religioso: las Iglesias de Chiloé que salpican todo el archipiélago, todas ellas de madera al estilo tradicional, cuyas dimensiones e importancia exceden a las necesidades de su población, puede decirse que cada 10 Km. podremos encontrar una iglesia.
Esta realidad solo puede explicarse por la existencia en Chiloé de una organización social comunitaria que se ha mantenido en el tiempo conformando su patrimonio cultural: la minga, una forma de trabajo colectivo en todos los órdenes de sus actividades productivas: agrícolas, constructivas y sobre todo de ayuda social. Y la minga cobra un mayor sentido cuando se trata de la construcción y mantenimiento de las iglesias que en Chiloé son propiedad de la comunidad, así en el Obispado de Ancud nos resaltan una cita de 1850 del Obispo Justo Donoso Vivanco: “los feligreses contribuyen para las construcciones y reparaciones de las iglesias, unos con el trabajo personal y otros con el contingente de maderas; recaban la licencia para la construcción y se distribuyen ellos mismos en proporción el trabajo y gastos que demanda el edificio hasta su conclusión”. Religiosos y nativos crearon una técnica sin referente gracias a la destreza de los constructores chilotes y su profunda religiosidad, naciendo desde sus inicios lo que conocemos como Escuela Chilota de Arquitectura Religiosa en Madera mantenida durante cuatro siglos, cuyo sello arquitectónico puede observarse en más de setenta iglesias que se conservan en distintas etapas de deterioro. Son de planta rectangular, una nave con bóveda de cañón y fachada con torre  central que servía como faro o punto de referencia para los navegantes, pórtico y, siempre, frente a una explanada donde acuden los fieles masivamente para la celebración de las fiestas religiosas. Esta Escuela tenía en cuenta hasta como ubicarlas para preservarlas de las inclemencias del clima sureño: Cerca del mar pero en su costa este, buscando cualquier resguardo montañoso por el norte y orientadas hacia el sur, a fin de protegerlas de las lluvias. Y todo ello con un óptimo aprovechamiento de los recursos del medio ambiente (madera) y su armonía con el paisaje. Chiloé es de los pocos lugares del mundo donde se conserven templos de más de un siglo de antigüedad construidos íntegramente de madera.
No podemos dejar de reflejar el interés de nuestros amigos Javier y Ana, en destacar la labor del Obispado de Ancud y la Fundación de Amigos de las Iglesias de Chiloé en defensa de este extraordinario patrimonio, de cuya lucha destacamos: En 1996 las Iglesias de Chiloé fueron incluidas por el Watch Monument Found en su lista de los 100 monumentos del mundo en peligro de desaparecer  y en el 2000 declaradas como Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) las iglesias de: Achao, Nercón, Vilpulli, San Juan, Quinchao, Aldachildo, Chonchi, Dalcahue, Castro, Ichuac, Tenaún, Caguach, Rilán, Detif, Colo y Chelín.
Y queremos finalizar resaltando ese espíritu social de unión colectiva en algo tan suculento como el famoso curanto chilote comida que se remonta a los pueblos anteriores a la colonización española de la isla, y que posiblemente por sus componentes folclóricos se haya extendido por el sur de Chile y  Argentina y por su riqueza culinaria derivado en el pulmai (o curanto en olla). Pero a nosotros lo que nos ha impresionado es su  poder de llamada al encuentro colectivo, a la alegría social de saciar el apetito en una auténtica fiesta culinaria que requiere la participación activa de varios comensales, tanto en la aportación de las cantidades masivas de los alimentos y aditivos utilizados, como en las faenas realizadas para su consumación. En nuestro caso nos hemos sumado no a una mera atracción turística, sino que invitados por amigos de Javier y Ana nos hemos sentido parte del grupo y hemos disfrutado de mucho más que una comida en comunidad. A pocos Km. de Ancud, en una finca al borde del bosque, relativamente separados de la vivienda, hemos podido asomarnos a un hoyo de un metro aproximado de profundidad y diámetro, con sus paredes revestidas de piedras grandes de arrastre de rio, también acumuladas sueltas en su fondo, en el que se ha arrojado leña, quemándola hasta calentar las piedras al rojo vivo; se han sacado sus tizones, conservando las ascuas rojas entre sus piedras, arrojándose varios sacos con mariscos de la zona, en este caso eran almejas, choros (mejillones), navajuelas y picorocos (especie de percebes), pero todos ellos de un tamaño más  grande que los nuestros; mariscos que taparon con hojas enormes que llaman pangues, de nalca (planta herbácea abundante en Chiloé de tallos semienterrados); seguidamente y encima de ellas kilos y kilos de carne troceada y ya aliñada de pollo, chancho (cerdo) y abundantes trozos de longaniza y chorizo que se volvieron a tapar con pangues y sobre ellas más  kilos de habas, arvejas (guisantes) y papas lavadas pero con piel y yo diría que una centena de chapaleles (especie de panes redondos y aplastados compuestos de una masa a base de papas cocidas y harina de trigo) y milcaos (como los anteriores pero más oscuros al llevar la masa papas exprimidas crudas que se oxidan y adoptan un color rojizo junto con patatas cocidas, sal y manteca dándoles forma de panecillos redondos aplastados); todo ello tapado con paños y sacos mojados y encima una verdadera alfombra de pastos que denominan como tepes. La animada espera es de algo más de dos horas, yendo en aumento el olor de los vapores de sus ingredientes,  en forma de nube espesa que escapa por la tapa verde del hoyo. Finalizada la cocción fueron retiradas una a una las capas de protección con sumo cuidado y los alimentos cocidos al vapor agrupados en grandes recipientes de los que te sirves un plato combinado a tu gusto, pudiéndolo acompañar de pebre (salsa caldosa realizada con sal, agua, cebollino picado, aji de color (pimentón), cilantro, perejil y algo de caldo de marisco). Obviamos vinos y postres: Salud hermanos.

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